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el blog de ailian

Adiós, adicción, adiós.

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Una adicción  es como una prisión. Te priva de libertad y te limita a un recinto en donde solo puedes caminar en círculos. Salvar las murallas, superar el obstáculo de la adicción supone esfuerzo y sufrimiento como lo supondría escalar la muralla de un presidio.
Más allá de esa muralla está la libertad, y esa misma libertad también da miedo.

addiction-yourlife

(1)

Empezó de manera inocente. Algo que simplemente proporcionaba un placer pasajero y agradable.

Pasa el tiempo y aquello se convierte, sin darte cuenta en un refugio, una manera de escapar de la pesadez de la vida. Porque va junto, no te conviertes en adicto si no percibes la vida como una carga, como un lugar inhóspito, como una fuente inagotable de desdichas… aunque al principio no es tan evidente.

Llega un momento en el que te das cuenta. Estás en la frontera. Lo que al principio era un pequeño (o gran) placer que te dabas, se ha convertido en un hábito. Y entonces es cuando te dices a ti mismo que “puedes dejarlo cuando quieras”. Todo esto ya lo había leído, lo había escuchado, lo sabía. Pero todos pensamos que a nosotros no, que nosotros no somos tan tontos como para caer en algo así.

Y así es como lo dejé. Y lo retomé.
Y lo volví a dejar, y lo volví a retomar.

Deliberadamente quiero omitir la naturaleza de mi adicción. No es importante. La adicción es una enfermedad de la mente. No importa con qué te haces adicto, puede ser cualquier cosa con capacidad de embriagarte, de alienar a la persona de su realidad cotidiana para acariciar cualquier tipo de realidad paralela, realidad que solo está en tu cabeza.

Puede ser algo que se hace, o que se toma, o ambas cosas. Se puede ser adicto al juego de azar, a una sustancia, a comer, a distraerse con la tele o internet, a los videojuegos, ¡incluso al trabajo! Las posibilidades son infinitas. Pero la esencia del proceso adictivo es idéntica en todos los casos.

Tiene su ritual, que lo mismo puede ser sentarse frente al ordenador y encenderlo como quemar el costo en la mano. Todo hábito tiene su ritual, que se hace automático y sin darte cuenta estás de nuevo donde no querías estar. Esa es otra de las partes identificativas de la adicción, que se vuelve amarga. Llega un momento en que has perdido el control, y lo que antes era un placer se torna una necesidad, una necesidad vital sin la cual sientes un vacío, un anhelo parecido al hambre.

Y lo quieres negar, claro. “Yo no soy así”, te dices y vuelves a repetirte que “puedo dejarlo cuando quiera”. Solo que ahora no es verdad.

Mientras lo niegas, el hábito se hace más fuerte. Y ese es uno de los efectos perniciosos de cualquier adicción, te divide convirtiéndote en un esquizofrénico. Por un lado está tu vida social, la que proyectas hacia fuera y por el otro tu personalidad oculta, la que solo conoces tú. O eso quisieras.

Te conviertes en un falso, en un hipócrita. Pareces una persona “normal”, suponiendo que existiera tal fantasía, pero cuando estás solo y comienzas el ritual te sientes un miserable.   Te haces cobarde, más cada día, y se disparan las mentiras para ocultar tu problema. Aunque al principio piensas que el problema es de los demás, que no serían capaces de aceptarte tal y como eres. La autoestima baja en picado vertiginosamente y es como el que no sabe nadar y chapotea en el agua hundiéndose cada vez más.

Y solo te queda una opción.
Reconocerlo.

Reconocer que eres un adicto no es fácil. Socialmente el adicto está en uno de los escalafones más bajos de la sociedad. Los adictos somos fuente de problemas, y es cierto, lo somos. Y conscientes de ello algunos nos automarginamos. En mi caso me alejé de todo el mundo. De mis amigos, de mi familia, de todas las personas que tenía cerca. Iba tejiendo concienzudamente mi soledad para sentirme más solo. Y lo único que me aliviaba del sufrimiento de despreciarme… era la misma causa de mi desprecio. El círculo se cierra y empiezas a dar vueltas como un preso en el patio de una cárcel.

Una vez que reconoces, admites, que eres un adicto empiezas a vislumbrar que hay una salida. Pero no has salido. Ahora empieza un nuevo baile, en donde tus dos “yo”, el que quiere salvar la situación y el que quiere permanecer en ella entran en lucha. Y te dices, “mañana lo dejo”.

Pero te levantas por la mañana y el otro “yo”, que es capaz de muchas artimañas, te seduce con la idea de “la última vez”. Y claro, lo haces “por última vez” y ya mañana, si acaso, lo dejas definitivamente.

Y cuando has vuelto a lo mismo te arrepientes, y llega la hora de dormir y piensas, “bueno, se acabó, mañana lo dejo para siempre”.

En mi caso ha pasado mucho tiempo. Ni siquiera se cuánto, porque no recuerdo con precisión el momento en que maté mi autocontrol. La fantasía de dejarlo cobra fuerza, pero siempre es “mañana”, nunca “ahora”. Y el mañana nunca llega, porque siempre hay un mañana a quien delegar la salvación.

La autoestima sigue bajando, las mentiras se hacen más gordas y tu adicción tan importante que toma la prioridad número uno en tu vida. Si ganas dinero, una parte es para satisfacerla. Si no lo ganas, te la ingenias para satisfacerla de una manera u otra, incluso con malas artes. Lo importante es que nadie se de cuenta, que tu persona, la máscara que usas frente a los demás, no resulte manchada. Solo tú sabes tu secreto…

Y te alejas cada vez más del mundo, un mundo cada vez más inhóspito y difícil que justifica con más fuerza tu bajada a los infiernos. Te alejas de las personas, a veces no es necesario físicamente, puede ser que te relaciones formalmente con ellas. Pero la empatía cada vez es menor, el interés por la vida de los demás mengua, la embriaguez en la que te sume el hábito te anestesia poco a poco convirtiéndote en algo parecido a una especie de zombie.

A lo lejos, una vocecilla te recuerda que todo eso se tiene que acabar. Que lo que está pasando es que te estas hundiendo solo en el fango.

Es el momento de pedir ayuda.

Como estás dividido, y la parte adicta es la más fuerte, sólo no vas a poder. Es asombroso como la mente es capaz de ingeniar los argumentos más increíbles para mantener las cosas tal y como están. Te convence, caes de nuevo y vuelta al círculo vicioso. Y nunca mejor dicho, pues lo que haces con el tiempo se ha transformado en un vicio.

Así que necesitas aliados. Es momento de quitarse la máscara.

La primera vez que revelé a alguien mi adicción, sentí un alivio. Es uno de los grandes regalos que recibimos como humanos, la capacidad de compartir. Resumiré esta cuestión con una frase popular: «Una alegría compartida es doble alegría, una pena compartida es media pena».

En aquel momento empecé a pensar que estaba saliendo por fin, como si el simple hecho de quitarme la máscara resolviese el problema, pero no fue así. Como un parásito, la adicción seguía habitando en mi. Y volvió la esperanza del mañana. Mañana lo dejo.

Pero más días pasan, y más tu vida se convierte en una auténtica mierda. Y esa mierda la has cagado tú mismo. Y quizás por eso no notas el hedor, porque la mierda es toda tuya.

Llega un punto en el que quisieras respirar aire puro, limpio, con olor a lavanda. Pero ya no sabes cómo. Y también, y esto es la parte buena, llega un punto en el que te das cuenta que aquello que paliaba  tus penas, que te proporcionaba gozos y placeres ya no lo hace. Ahora solo te alivia un poco.  Pero ese mismo alivio es efímero y cuando pasa te sientes peor que antes.

Y tu mente se dispara. Por un lado intentando convencerte de que debes retomar las riendas de tu vida, y por el otro el diablillo que te dice que no lo flipes, que todo está bien. Que en el momento adecuado lo dejarás…

Un día, después de arrepentirme una vez más por haber caído en ese hábito, se me ocurrió dibujar la situación tal y como la sentía. Esto es una herramienta muy útil, pues a veces la maraña de palabras en la mente es eso, una maraña, mientras que una imagen es capaz de condensar muchos factores de una sola vez.

(2)

Así me siento. Encerrado en una cárcel con altos muros. Me pareció curioso cómo dibujé las torretas, que recuerdan a un castillo… porque esa cárcel es también mi casa, un lugar seguro. Ese patio lo conozco, se lo que puedo esperar de él. Nadie entra en ese espacio, está protegido por las mismas murallas que me impiden vislumbrar más allá, en el exterior. No hay puertas, no hay ventanas. Solo altísimas murallas.

Esta imagen me mostró la situación y cómo salir de ella. Solo puedo salir escalando, con esfuerzo.

Toda adicción tiene en mayor o menor medida un “mono”, un síndrome de abstinencia que se manifiesta de maneras diferentes dependiendo de la naturaleza misma de ese hábito. Pero podemos resumir todos en uno solo: sufrimiento.
Sí, para salir del castillo-prisión hay que sufrir. Igual que se sufriría a la hora de escalar una muralla agarrándose en las hendiduras de los ladrillos con los dedos desnudos. Es posible que no puedas a la primera y te resbales y caigas, es posible que te sangren las falanges, que te fatigues, que sientas que no puedes, que te falte el aliento… pero es la única vía.

Reconocer que salir de la adicción comportará un tiempo determinado de sufrimiento es el tercer factor necesario para poder hacerlo. Abandonar ese castillo que hemos levantado solos ladrillo a ladrillo no va  a resultar fácil. Pero ahora se que es posible.

Recuerdo mi vida antes de ser adicto, como el convicto que recuerda su vida en libertad. Y quiero eso, quiero volver a ser libre. Quiero que mis decisiones no las tome un hábito, no quiero huir más, no quiero seguir escondiéndome de mi y de los demás, no quiero llevar una doble vida, una vida de cara al exterior y otra vida que  me aniquila y me pudre por dentro poco a poco.

Hoy, no mañana, hoy… dejo de ser un adicto. Se que voy a sufrir, pero se que será pasajero. Se que el miedo que tengo es más grande que los riesgos reales, lo se, porque todo eso está en mi mente, que es la que percibe las sensaciones y las interpreta.

Hoy me dolerán los manos mientras escalo la muralla. Me cansaré, sentiré el crujir de mis articulaciones, sentiré ese hambre ingrata incapaz de ser saciada, pero seguiré adelante hasta salir de mi presidio.

Fuera no se lo que me espera. No se qué de concreto, pero digamos que sí lo se. Me espera la vida.

Porque otra de las diferencias entre un adicto y una persona sana es que el primero ha dejado de tener recuerdos memorables, mira hacia atrás y no hay nada. Quizás algo borroso en medio de una niebla.

Y con todo lo que es capaz de ofrecer la vida, ya no me la quiero perder.
Así que… Adiós, adicción, adiós.

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Fuente de las imágenes:
 
(1) http://pixabay.com/en/your-life-cigarette-smoking-habit-20225/
(2) propia.

Written by ailian

12 enero 2013 a 11:55 pm

Publicado en mente

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7 respuestas

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  1. Muchos ánimos y mucha fuerza. Yo también soy una adicta en proceso de recuperación, en mi caso del alcohol. Casi voy a hacer un año y aún cuesta, aunque miro hacia atrás y no quiero volver a encerrarme en esa cárcel, como bien dices. Hoy soy un poco mas libre y sé que cada día lo seré un poco más.
    Besos
    Wochi

    wochi

    13 enero 2013 at 1:09 am

  2. […] Adiós, adicción, adiós […]

  3. que maravilloso relato,es un desahogo mas para quien lo escribe y una esperanza para quien lo lee, te felicito y mucha fuerza.

  4. hey… no hay palabras para agradecerte, no conozco una adicion que se parezca a la mia y mucho menos a alguien que la haya tenido, pero hasta hace unas semanas la idea de que lo que me pasa sea una adiccion me rondaba la cabeza. Cuando describiste como te sentias: la personalidad dividida, los constantes y vanos intentos de parar, la tranquilidad que sentias en esa carcel, la necesidad de que nadie lo sepa… Me vi reflejado en cada palabra… Ahora se que tengo una adiccion gracias vos y quiero que sepas que todo lo que logre a partir de ahora es en gran parte merito tuyo… porque resolver este problema sin tratarlo por lo que es hubiese sido muy dificil.
    Espero hayas salido completamente de tu adccion y espero poder decir lo mismo de mi pronto
    y de nuevo… un millon de gracias por compartir

    Luciano Apolonio

    8 octubre 2016 at 4:56 am

    • Pues me alegra un montón que te haya servido para darte cuenta. Es el primer paso para superarlo. Ahora, ten paciencia contigo mismo y tratate con cariño y comprensión, el proceso de salir de esa cárcel a veces lleva un tiempo. Pero se acaba logrando. ¡Mucho ánimo!

      ailian

      8 octubre 2016 at 11:08 am

      • es verdad, ahora a tratar de tenerme paciencia y cariño, y no perder el enfoque…
        mucha suerte y animo a vos tambien !
        y gracias nuevamente

        Luciano Apolonio

        8 octubre 2016 at 4:29 pm


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